En mi vida la Ciudad Universitaria
es magia y vida estudiantil, vivir
en una gran obra de arte tridimensional
recorrer pasillos, sentarse en los jardines
de la Tierra de Nadie.
Convivir y soñar las nubes con El Pastor
de Jean Arp y Mateo Manaure atrás.
El Reloj en su estacato espiral
y la Plaza del Rectorado donde tanto
estudiamos sábados y domingos
como tiempos de Letras
de lingüística o Teoria Crítica... en fin.
Le debemos a Carlos Raúl
la mágica experiencia del Aula Magna
con esas Nubes de Calder que nos
llenaban de sonidos en los conciertos,
y los rincones de la Facultad de Humanidades
y Educación, o de los pasillo previos
a la Biblioteca Central.
Y también el pasillo de la Escuela de Letras
y por supuesto la rampa en dos tiempos
por donde como niños nos deslizábamos
para el encuentro con la compañera querida
al ir a tomar café en Ingeniería.
Que decir del Gimnasio Universitario
donde en sus alrededores pintábamos
las pancartas para marchas y protestas
antes los gobiernos que cercaban los
derechos de los pobres.
Y la Biblioteca Central con esos hermosos
vitrales de Fernand Léger o ese mural
de Carlos González Bogen en la Sala de Lectura
con sus rectángulos negros amarillos
grises rojos sobre fondo blanco de mosaicos.
Desde uno de los grandes ventanales cristalinos
y luminosos se miraba en un jardín interior
una oblicua proyección dinámica de Antoine Pevsner
y en una estructura el mural de Víctor Vasarely:
Sophia, después supe que la estructura
es una torre de enfriamiento del Aula Magna.
Y allí, a la entrada de la Biblioteca Central
un petroglifos, cuento y memoria de nuestras
raíces indígenas, o por lo menos de las mías.
Si nos enseñaran a leer nuestra historia
correctamente, nuestros primeros libros
del jardín de infancia debió ser los mitos y
leyendas indígenas ilustrados con muchos petroglifos
de los que hay en todo el país.
Esos de los pueblos indígenas antiguos, venezolanos
de nuestro pasado-presente, allí al inicio del conocimiento el petroglifos con el texto
de José Vicente Abreu, en la azul placa de letras blancas, que pasa desapercibido para muchos,
por no estar diseñado para ser visible,
pues su presentación humilde a la presencia
de otras grandes obras majestuosas, pero...
está en esta síntesis de las artes de lo que somos,
allí vocea el clamor indígena en la lumbre.
Y todo ese arte, y es cromatismo
y es expresión del Alma
la sintetiza Villanueva en la querida
y vivida y amada Universidad Central,
la casa que vence las sombras.
Esa universidad que recorrí
entre jardines, pasillos, Facultades de Estudios,
viví como un transeúnte de la gran obra de arte,
y es parte de nuestro cotidiano vivir de estudiante.
Mayo. 20. 2022
Manuel Castro
Del Libro inédito: El Molino de la Torre. Caracas, 2022
Presente en:
http://elblogdelosblogsdeduarte.blogspot.com/
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